CHATARRA
Ángel González
El hierro que fue eje, los aceros
que integraron las bielas,
el cobre que condujo la energía
y todos los metales
que, bajo formas agrias y angulosas,
dieron cuerpo a las piezas de la máquina,
que giraron
con ritmo exacto y actitud sumisa,
con ciega fuerza y fe no menos ciega
en provecho del hombre y su esperanza,
yacen aquí, confusos, desvaídos,
sumidos en idéntico desprecio,
disueltos en orín y sal, dejados
de la mano que un día los creara.
Podría salvarse algo todavía,
aún es posible la llegada
de una segunda mano que, piadosa,
restañe las heridas de la herrumbre,
despliegue la caricia del aceite
sobre la piel roída del acero;
mas todo, en general, está perdido.
El fuego
igualará las ruedas y los vástagos,
confundirá los muelles y los émbolos,
devolverá las tuercas desgastadas
a la inercia y la nada minerales,
a la materia original
de donde
surgirán otras formas limpias, puras,
libres acaso para siempre
del estigma fatal de la chatarra.