El AZUL fue COBALTO
Borrador de texto. Albert Gonzalo. 8 Febrero 2009
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Preámbulo azulado

“Es, como color (el azul) una energía; pero pertenece al lado negativo y en su pureza suprema es, como quién dice una preciosa nada. Su efecto es una mezcla de excitación y serenidad”
Goethe. “Teoría de los colores”.

Si el azul es el color del cielo, por extensión de lo nítido, pausado, trascendente, el color de lo mas sagrado, la túnica de Cristo y la de María, el moño del bonete del Buda, aquél que roza el cielo, el del azul del cielo sin tormenta, del día frente a la noche, de la emoción de sentimientos y la ausencia de turbación, es también el color de lo oculto tanto luctuoso como de lo eminente. El azul es santo y pornográfico, recatado y obsceno. Su término en inglés blue, entendido como triste lo es también como “verde” para nuestro lenguaje, es decir erótico, u obsceno. Blew es la forma del pasado del verbo blow, soplar. Para un artista inglés del siglo XVII el azul natural de la azurita podía llamarse blue bice o bice del anterior término bys o byse es decir: azul, azul oscuro, léase: oscuro. La conciencia trastocada es azul. Lo azul es finalmente un lugar neutro que se esconde en la lejanía, se oculta en lo extremo, en lo alejado. Así es lejanía celeste a la vez que ocultación. El azul nos huye, nos evita, nos rehúye. Desafiante, como en el preámbulo de un forcejeo sensual y exquisito con lo celeste e inalcanzable. La excitación y la provocación versus la serenidad y entereza.
El azul cobalto es el ejemplo máximo de esta bipolaridad. Bello arrogante y celeste oculta su procedencia mineral conocida en minería como “flor de cobalto” una mezcla de arseniuros de cobalto y níquel que se forman en cristal al contacto con el aire. Tóxico y venenoso por su arsénico fue bautizado como azul de los duendes que atormentaban a los mineros con el nombre alemán por el que lo conocemos: kobelt.
La tradición histórica recorre descubrimientos de este color en manos de vidrieros de Bohemia, alquimistas europeos y marchantes holandeses tanto como descubridores alemanes. En el corazón de los tiempos antiguos los cobaltos colorearon los vidrios persas y los egipcios con fortunas más o menos plausibles tanto como confusas. El azul cobalto es de todos los colores el de tradición oculta, el de la historia inconsciente.

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El azul del principio

En cualquiera de las descripciones del mundo todo queda ceñido a un esquema geométrico: Un primer lugar, superior al horizonte y otro en la parte inferior a este horizonte. Los lugares son los de arriba: septentrionales y los lugares son también los de abajo: meridionales. El primero vertical, celeste y azul y el segundo terreno, rojo e ígneo. Esta dualidad complementaria y contrapuesta es una cópula eterna, inmortal y sutil que merodea y ama todos los tiempos y modos, todas las culturas y sus miradas.
El diálogo, o lo que es lo mismo, el galanteo entre el Cielo y La Tierra atraviesa el horizonte, en todas las ocasiones eternas, llámese: escala, axis mundi, o Árbol Vertical, linga, obelisco o estela; se erige y seguirá erigiéndose, desde el pie de nuestros cuerpos hasta los cielos, recorriendo la mirada vertical que atraviesa el horizonte en modo de plegaria, oración o acto de fe, para penetrar en los deseados cielos. El gesto con los cielos azules desde nuestros brazos rubicundos excitables que se tienden hasta el firmamento, hacia el abrazo de arriba. Un abrazo tendido hacia el azul para ser también azul

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El azul y/o el rojo. Primera historia de amor e incitación

Estamos ante la seducción y el deleite: El Cielo (azul ) escucha y abraza a la Tierra (roja), el aire a la sangre, lo divino a lo humano, lo inmortal a lo perecedero, lo eterno a lo efímero. La arena del bermellón de mercurio y el jade se miran en el color de “mas allá del mar” (ultra mar), el lejano, el ultramar de lapislázuli de la cúpula azul celeste. Los hombres (rojos) conferirán grado de amarillo al primero de los eternos para vestirlo con el complementario del color del cielo. El amarillo será el hijo del Cielo, su voz y su amado: El Primer Emperador de entre los emperadores.
Nüwa vestirá de piedras de colores su tejado celeste soportado por columnas, añadiéndole todos los tonos y colores, los distintos, los restantes, todos, para las miradas de los mortales que creará del barro amarillo. El Arco Iris quedará así escrito.
El rojo amará eternamente a su azul en una atadura entre el silencio y el ruido, entre el deseo y la inquietud. Se mirará en el espejo de lo inmortal del eros-espejo, señalará sus persuasiones y sus pasiones, su esplendor y su sumisión. El deleite perpetuo.

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El lugar de los azules y el nombre de los azules

Sabemos que nuestros ojos, en este el primer abrazo perpetuo, en esta historia de encuentro amante del primer día de nuestros días, se vistió desde el azul. Los dioses y los demiurgos recabaron las señales de esos cielos mirando bajo sus pies. Encontraron y descubrieron sus azures en los confines de sus espejos celestes entre las ruinas de los vegetales y las combustiones de los suelos. Unos, los azules índigos, como los púrpuras, serán fruto de la descomposición y putrefacción del mundo orgánico (efímero), y vestirá togas y tejidos carmines para los elegidos, lacas carmín de insecto o excreción del caracol de los murex de las factorías fenicias para senadores y patricios romanos, emperadores bizantinos o cardenales católicos y nuevas togas tafetanes y terciopelos de lupanares. Del mismo modo como serán esos juegos procesales con los azules siendo mortecinos los de las plantas del índigo (el verde moribundo) para teñir hábitos de monjes y otros renunciantes. Serán los rojos del cinabrio y los azules de cobalto y de lapislázuli, ambos minerales, los que trascenderán el mundo de la apariencia. El preámbulo del símbolo.
Estos otros azules, como arenas cristalizadas similares al firmamento nocturno estelado, usarán su señal como mineral desde las entrañas de la tierra con su “sangre azul”, para vestir lo excelso, para ser aquello entre lo más celeste de entre lo escrito y narrado en nuestros mundos. La tábula smeragdina, o el de la mística islámica del segundo cielo, el de azul zafiro, o el mismo séfirótico, como el del lapislázuli de Giotto en los cielos de los frescos Asís, el de los pliegues del descendimiento del Museo del Prado de Van der Weiden, se instalarán todos en las líneas del horizonte de los mitos. El lugar de encuentro será entre el Cielo y la Tierra, su enlace: su cópula divina. La Tierra roja será la madre, La diosa, la fémina. El Cielo el hombre, el “hombre, azul” ,idealizado como un semidiós bajando el gran río, como Shiva descendiendo del Kailash helado, abrazado al bermellón venenoso del cinabrio o del rejalgar de arsénico, acogido hacia la menstruación de La Diosa: de la femenina y cruel Kali o la amada Parvati, o la Durga, o la Shatki. El Cielo y la Tierra en su danza eterna, en su ardiente caricia intemporal En el ciclo de la rueda de lo eterno.
Y el azul de la sustancia mineral se trasladó por las rutas hacia destinos donde los azules faltasen en sus trazos. El lapislázuli afgano, o más propiamente bactriano, inundó Babilonia antes y después de ella.
La frita egipcia compitió en todos los mercados de oriente unas veces azulada celeste, otras, las más teñida de turquesa
La azurita de las estepas frías de los nómadas del sur de Siberia y Tartaria cruzó las puertas de China acompañando a sus hermanas malaquitas para teñir los melancolías de pintores poetas y las brumas pintadas en los paisajes de las pinturas Song.
El cobalto, el azul sincrético, necesitaría de tránsitos y alquimias para ser entendido y mas tiempos de espera y ruta para poder ser el azul que dominase nuestros modos de entender el color del Cielo y el de los cielos.

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El azul de lapislázuli y el azul cobalto: La historia del deleite entre los orientes

La cúpula celeste nocturna del cielo, con sus destellos estelares se vio a si misma en las pequeñas piritas del lapislázuli, y en forma de cuenco (la cúpula del cielo invertida) se esmaltó del único azul que brillaba al salir del fuego de los hornos en la búsqueda de cristalizar el cielo: el azul del cobalto. El lapislázuli moría en los hornos mientras el azul cobalto revestía de esmalte celeste las porcelanas. La piedra del cielo, la piedra-azul (lapislázuli) viajaría a occidente a miniar y vestir la túnica de María o el sudario de Cristo como elixir del cielo firmamento nocturno, como su esencia celeste, mientras el cobalto seguiría otra ruta, inversa, desde una Persia imprecisa orientándose hacia Catay. Crónicas hablan de su uso durante los periodos guerreros Han. Certezas las hay de su uso durante la gloria de los hedonistas de la dinastía Tang, que revistieron de cobalto cerámicas cuyo azul oscureció hasta ennegrecer sobre el barro. Hubo que esperar los lechados blanquecinos de los Song y Yuan para que una sábana esmaltada blanca recibiese el azul celeste. El azul cobalto, en esta historia de amor, para ser azul, necesitó (precisó), ser depositado sobre un recipiente (blanco) para llegar a ser el color que el cielo reclamaba para sí.
A los azules chinos se les dieron y tuvieron nombre: los qinbay palidecieron en azules cerámicos lánguidos, mientras el cobalto comenzó su presencia sobre las porcelanas níveas, acreditando su coloratura. Una vez acertados sus colores y templanzas pudieron regresar en viaje de vuelta. Lo que habían sido polvos de azul volvían como artes de un mundo lejano y retornaron el cobalto a una Persia con creencia nueva. Los seléucidas vistieron sus cerámicas de aquel azul traído de los confines del mundo, de aquel lejano país de la seda, imitaron suplieron y recrearon para sí y para otros nuevos modos azules y símbolos propios y ajenos. Las producciones de Tell Minis y las cerámicas medievales islámicas de Samarcanda, o posteriormente, de Kachan o Ray serán el modelo de toda una expansión posterior.
Y volvieron, ¡como no!, a liar los bártulos de un nuevo viaje de retorno, otra ida, de estos cuencos azules al oriente lejano, influenciando a quién influyó, llegando hasta Khorasán, el desierto de Taklamakán y dejando Turfán, recorriendo mil millas de río Amarillo para llegar a la capital de la China en Chang-an y partir de ahí hasta los mares del Este, hasta los tesoros imperiales de Nara. La capital del incipiente Japón recibió este viaje en forma de jarrita procedente del oriente de occidente, traída desde China y de vidrio azul cobalto, llegada a su nueva casa durante la dinastía Tang-Song y cedida a los tesoros del Shoso-in en el año 1021 d C escondía en su transparencia celeste el tesoro del secreto de un azul tan desconocido como lejano y desconcertante.
Este romance largo y continuado de ida y retorno entre dos orientes cohabitó a través de la gran Ruta. La Ruta de los monjes, la de los textos sagrados, la de las creencias, de las artes y de las mercancías: La Ruta de la Seda. La historia del deleite entre los orientes. La cópula del mundo. La historia de amor del mundo antiguo que Alejandro abrió desde aquí y Xuanzang desde allí.
Timur, el Emir, el cojo, fundará de Assabya una ciudad nueva, la Samarcanda azul, donde el cobalto y el azul turquesa refulgirán de cúficas y filigranas celestes medersas y mezquitas, hammams y palacios inundando de cobalto los horizontes de sus conquistas como en la custodia de sus jardines. Su mausoleo, el Gur Emir de Samarcanda contiene su ardor azul bajo sus entrañas en la tierra. Enterrado bajo azules yace su amada, dicen que su hijo y indefectiblemente su astrónomo, el custodio del cielo.
Tras ello llegaron las miniaturas persas donde Kosrow y Shirín se aman vestidos con ropajes azules y bermellones. Azul cobalto el de él y de rojo, o bermellón de minio, el de ella. El príncipe será “azul”, roja la princesa. El buscará, como el cielo, ella recibirá como el hogar encendido. Y la copa y la jarra de vino entre sus cuerpos, embriagados en su abrazo y reencuentro, también será, és, de porcelana blanca china y azul cobalto zafiro, otra vez.
Las porcelanas chinas de caolín virgen, albo y duro recibirá en adelante en su lecho blanco la única presencia de un esmalte. Será de azul cobalto claro, denso o transparente, oscuro como el manganeso violeta o azul intenso como el azul zafiro, será como el cielo, o como las aguas de los paisajes lacustres, azules como las brumas, o como las pagodas en la lejanía, como los dragones persiguiendo las perlas en las nubes, o como los fénix arrogantes, pero todos ellos siempre distintos, aunque cobaltos azules. El relato, la narración del suceso del mito o el relato será cobalto, siempre cobalto. Y sus objetos de porcelana viajarán con el té y con las sedas oliendo a especies, por desiertos tanto como por los mares de Indochina, naufragando muchos de ellos, custodiados por los océanos azules, tantos. Otras porcelanas llegarán a puerto, y se alojarán en nuestros puertos y factorías en Delft, o en Manises, o Paterna, o Kairouan.
Los azules, estos azules, llegarán hasta otras puertas de la frontera entre oriente y occidente. En el Serrallo de las mujeres, el sultán paseará sus deseos entre paredes vestidas de azul turquí (turco, de ahí turquesa) y de azul cobalto, para deleite de los cuerpos níveos del Harén en el palacio Topkapi de Istambul. Los azules serán los de los azul-ejos de las baldosas de Izniq. Decorados vegetales y lacerías serán el deleite del interior del Harén. Serán de frita azul, de cobalto y del primer rojo que la alquimia de las artes pudo fijar sobre un soporte de barro. El azul masculino y el rojo femenino adulados por la señal de la turquesa, su lecho, su cojín, su intermediario. El nexo entre lo antagónico y complementario siguiendo la misma ruta, una y otra vez: El culto y el placer.

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El azul y el azul. Segunda historia de amor e incitación

Una primera historia de amor seducción y complementariedad queda sustituida o continuada por una nueva. El rojo y el azul, complementarios amantes restan como modelo y paradigma permaneciendo como modelo universal y cosmológico de los primeros andares del principio de nuestro mundo. El azul se encuentra por fin con su idéntico. El lapislázuli en el pigmento pictórico y el cobalto en el revestimiento cerámico han convertido el azul del Cielo en su duplicado y simétrico en la Tierra. Ya son una cópula de uno y uno. Es el “yo soy” del Purusha. El uno del Cielo; ama y es amado por su gemelo y mimesis, o su idéntico por similar. La porcelana azul cobalto girada hacia el Cielo, se deja cubrir por la cúpula invertida del firmamento. En su maridaje una línea imperceptible los separa en su unión: el horizonte resta una fina línea circular. La cópula es en este momento su enlace. El apareamiento está cerrado. Todo ya es el azul del cielo y como el azul del cielo. La atadura ha sido consumada.
Otros azules recorrerán otras andaduras, los azules reales. Los Prusias, los índigos artificiales o los modernos ftalocianninas competirán en abrir nuevos espectros tonales, novedosos en estos aquellos tiempos de descubrimiento pero nunca señalarán las certezas de las señales de la alegoría o el símbolo del arquetipo. Nunca contendrán esa enorme historia de amor como la que se cuenta del velo que habiendo portado María Magdalena (la besada en la boca) para enjuagar sus lágrimas mientras lloraba junto a la cruz y que fue cedido por Carlos el Calvo a la catedral de Chartres en el año 876 y que está representado en la famosa vidriera conocida como Notre Dame de la belle Verrière, cuyo velo está representado en un pálido azul claro, pero azul a fin de cuentas y hermano de los cobaltos de las vidrieras góticas. Cristales de vidrios alquímicos que con su luz del cielo filtrada a través de sus vitrales de mil colores, inundaban y danzaban de luz divina las sombras del mundo oscuro de los templos. Magdalena es el paradigma. Ella recoge sus lágrimas en un receptáculo azul bajo las gotas de sangre (roja) del hijo “del Cielo”. Las reúne en un manto; en un velo entre sus manos. Es el velo azul. El depositario del Cielo. La historia de amor. El azul entre nosotros.

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